7.7.07

HISTORIA DE UN RODABALLO

HISTORIA DE UN RODABALLO.

- ! Fernández que la presentación de tu libro de poemas sale en el “Youtube”!
- No me digas: ¿quién ha podido ser? No recuerdo ninguna cámara ni video en el acto, ¿y tú?
- Tampoco. Pero salimos todos. Lo publica una tal “Mariweder” en exclusiva; y promete más. Te mando la dirección de la web.
- Vale Frasky, y gracias. ¿Mariweder, quién será? La verdad no me suena de nada.
A los pocos minutos me puse en contacto con Rafael; informático de pro; por si podía localizarme a esa expoliadora mientras yo ya brujuleaba por las webs del mundo a la caza y captura de nuevos datos. Rafa con su sonrisa burlona y su je, je, je característico no tardó en llamarme al móvil.
- ¿Por dónde andas?
- En la casa. ¡Qué!. ¿Ya sabes algo?
-Efectivamente, incluso he hablado con ella. Es maestra, si quieres conocerla estará este fin de semana en el Rincón de la Victoria. Yo iré con mi mujer. Apúntate y así conocemos a esa admiradora tuya. También tengo curiosidad por saber quién es. Me ha sacado muy favorecido en el video que ha emitido. ¿Lo has visto?
-No, aún no. El Frasky, sí. Por eso me llamó esta mañana. Se lo diré a mi mujer y lo mismo nos embarcamos.
A la tarde del día siguiente recibí un correo electrónico donde Rafa me ampliaba detalles. Mujer morena, de unos 40 años, casada, maestra y seguidora de todos mis movimientos seudoculturales; aunque esta era la primera vez que retrataba y grababa uno de mis eventos. Que le encantó y que no nos dijo nada por fatiga. Que le encantaría conocerme más personalmente y que le gusta mucho el rodaballo. Esto último me sonó como una directa a la cartera. ¡Vaya que me tocaría pagar si iba!

Traspusimos las dos parejas en el fin de semana a esa localidad malagueña. El calor incitaba a un primer baño playero y poco a poco esa inquietud por conocer a mi primera fan afloraba, llegando a un nerviosismo controlado conforme llegaba la hora del encuentro.

Al Anochecer nos sentamos en un restaurante a pie de playa y yo ya la esperaba con cierta ansiedad, pero ella no llegaba. Fue al pedir la comanda cuando Rafael sugirió una breca a la espalda: la verdad, es que el rodaballo no me gusta, asentó.

Brotó en su esposa María un rictus burlón que pronto se convirtió en hilaridad contagiando a mi mujer y alcanzando cotas de carcajada brutal cuando a esta risotada se sumó Rafael. No alcanzaba a comprenderles así que no les hice ni caso y di buena cuenta de la Herrera que había solicitado con tal mala fortuna que una de las espinas se me clavó en la garganta irritándomela hasta el punto de dejarme con un hilo de voz y provocando aún más la jocosidad de mis convidados. Cariacontecido pague la cena y me fui al hotel algo frustrado. ¡Otra vez será! Me dije.

A la mañana siguiente y a sabiendas que ya no contactaría con esa tal Mariweder aboné las habitaciones y dispusimos la vuelta. En Algarrobo, próxima la hora de comer, nuestras respectivas quisieron un último baño en las tranquilas aguas del Mediterráneo; evidentemente, transigimos y mientras ellas bruñían su piel nosotros encontramos el restaurante perfecto. El sol, la fiebre, escalofríos, una garganta cada vez más enrojecida, unas gambitas, algunos mejillones, coquinas al vapor y unas buenas jarras de cerveza bien fría amenizaban la mesa; mientras mis llorosos ojos contemplaban esos manjares sin poderlos catar. De repente un enorme rodaballo viene por estribor, presidiendo y haciendo los honores de esas viandas.
- Fernández, no te preocupes no hay mal que cien años dure. Decía Rafa mientras cortaba el teleósteo en tres partes similares. ¡Ahhhh...! Te toca pagar.
El sabía perfectamente que ni podía hablar ni comer pero que tampoco tenía la culpa de que mi admiradora no se presentase a la cita; por su parte lo había intentado todo y yo no tenía nada que reprocharle; así que asentí y me dedique a la mirada contemplativa de esos manjares mientras mis buenos amigos manducaban sin cesar.

Justo al entregar la tarjeta de crédito Rafael se levanta, creí que iría al servicio pero con voz grave y una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja me dice: Fernández te presento a Mariweder. Señalando a su esposa. Mariweder, Fernández.
Ella muy “cortaita” para lo que le conviene se levantó y me zampó un par de besos en los carrillos mientras decía: ¡Encantada!

No podía creer lo que me estaba pasando, creí que era una alucinación producto de la fiebre pero la cuenta era real y el espinazo del bicho con sus ojitos me miraba con cara de circunstancias como diciendo: ¡pío, pío….que yo no he sido!

- Con razón sabía tanto de ella y tan rápido. De todas formas el pececillo no estaría tan bueno, todo era una cama de “papas” asadas con una pizquita de perejil y ajo y sin mayor acompañamiento. Pensé, mientras me dejaban en Urgencias y ellos iban a tomarse un café.

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